Memoria
Politécnica 1968: independencia, horizontalidad, combatividad
La Voz del Anáhuac
(Breve crónica de un activista del IPN)
18 mayo, 2017
Para los activistas politécnicos de
1968, el movimiento estudiantil no terminó el 2 de octubre con la masacre de
Tlatelolco. Resistimos y sostuvimos la huelga hasta diciembre de ese año. Y
seguimos luchando después, organizando a los estudiantes, oponiéndonos al
porrismo y al resurgimiento del control priísta.
Entonces
decíamos: “por nuestros compañeros caídos no un minuto de silencio (ni
una placa), sino toda una vida de lucha”.
El IPN,
fundado en 1936 fue concebido como una institución educativa para los hijos de
los obreros y los campesinos, para los jóvenes de menores recursos económicos.
Esta
característica se conservó pese a que en 1956 fueron clausurados el Internado y
los comedores estudiantiles. El ejército tomó por asalto el IPN el 23 de
septiembre de 1956, los dirigentes estudiantiles fueron encarcelados, acusados
de “disolución social” y muchos otros
fueron expulsados (entre ellos el representante de la Prevocacional 4, un joven
llamado Arturo Gámiz García). La organización estudiantil, la Federación
Nacional de Estudiantes Técnicos (FNET) cayó bajo el control del PRI, convirtiéndose
en una organización oficialista, servil al gobierno, traicionando el espíritu
de lucha que tuvo hasta entonces.
En 1967, a
pesar del control de la FNET, el IPN fue a la huelga solidaria con la Escuela
de Agronomía Hermanos Escobar, de
Ciudad Juárez, Chihuahua. Entonces había ya en el IPN sectores disidentes a la
FNET. Esa experiencia nos dejó enseñanzas en cuanto a independencia y horizontalidad
que pondríamos en práctica en 1968 al organizar el Consejo Nacional de Huelga
(CNH). Dirección colectiva, sin jerarquías, revocable, rotativa, independiente
de todos los partidos políticos, regida por los mandatos de las asambleas
generales.
Los días 22
y 23 de julio una riña callejera entre estudiantes de las Vocacionales 2 y 5 y
de la Preparatoria particular Isaac Ochoterena fue salvajemente reprimida por
el cuerpo de granaderos, que incluso irrumpieron en la Vocacional 5 golpeando
indiscriminada y brutalmente a estudiantes y profesores.
Todos los
estudiantes del IPN decidimos protestar. La FNET se vio obligada a convocar una
manifestación de protesta por la agresión policíaca. Pero la condujeron al
Casco de Santo Tomás. Primero en el monumento a la Revolución y luego en el
mismo Casco los estudiantes del IPN preguntaban: "¿ante quién vamos a protestar en el Casco? ¡Al Zócalo debemos ir, ahí
están los que dan las órdenes a la policía!"
Y dándole
la espalda a la FNET, los estudiantes del IPN se dirigieron al Zócalo. En la
Alameda se encontraron con otra manifestación que cada año se realiza en apoyo
a la revolución cubana. Se solidarizaron con la protesta del IPN y juntos
marchamos al Zócalo. Pero los granaderos nos impidieron el paso. La
manifestación fue reprimida. Muchos compañeros fueron golpeados, se habló de
que hubo muertos (circuló una lista de 32 desaparecidos o asesinados por la
policía), más de un centenar fueron arrestados. Y luego de disolver la
manifestación, arremetieron violentamente contra estudiantes de las
Preparatorias 1, 2 y 3 en el Barrio Universitario, en el centro histórico.
El
servilismo traidor de la FNET fue repudiado por las bases estudiantiles luego
de la represión a la manifestación del 26 de julio. Todas las escuelas la
desconocieron y organizaron los Comités de Huelga, pues las asambleas generales
de todas las escuelas decidieron ir a la huelga.
Mientras en
el IPN se declaraba la huelga y se desconocía a la FNET, en la UNAM se reunían
los grupos políticos de izquierda para discutir qué hacer.
Con el IPN
en huelga y algunas escuelas de la UNAM sumándose, la noche del 29 de julio el
gobierno hizo intervenir al ejército. Las Vocacionales 7, 5 y 2, la
Prevocacional 4 y las Preparatorias del Barrio Universitario fueron ocupadas
por el ejército. En la Preparatoria 3 fue derribada de un bazucaso la puerta centenaria.
Esto hizo
que la huelga se extendiera a todas las escuelas del IPN y la UNAM. Entonces
intervino el rector de la UNAM. El 30 de julio realizó un mitin en la explanada
de la rectoría izando a media asta la bandera, en señal de luto por la
violación de la autonomía y el 1 de agosto encabezó una manifestación en las
inmediaciones de Ciudad Universitaria.
Para muchos
esta intervención del rector fue un hecho que “legitimó” al movimiento. No. Al movimiento lo legitimó su independencia, su horizontalidad, su rebeldía, su insolente irreverencia ante el poder, su vocación de vincularse con el pueblo.
En el IPN
el director general pretendió, junto con la ya desconocida FNET y el gobierno de
la ciudad, llevar al movimiento a una farsa de diálogo, tratando de controlar
el movimiento y encajonarlo en los límites institucionales.
Así, contra
estas intenciones de control, los politécnicos realizamos el 5 de agosto una
gran manifestación que fue desde Zacatenco al Casco de Santo Tomás, pasando en
su camino por la Vocacional 7 en Tlatelolco. Fue una manifestación combativa,
libre de todo control oficial. Fue nuestra declaración de independencia como
movimiento que en esos momentos se planteaba hacer respetar las libertades
democráticas.
Con todo el
IPN y la UNAM ya en huelga, el 4 de agosto se conformó el CNH con tres
representantes por escuela, como se dijo antes: dirección no jerárquica,
colectiva, revocable, rotativa, independiente de todos los partidos políticos e
instituciones gubernamentales. La idea era no tener líderes, para evitar que
fueran cooptados o reprimidos. Sabíamos que cuando hay líderes el gobierno,
para controlar los movimientos, compra, encarcela o asesina a los dirigentes.
Así pasó en 1959 cuando el movimiento ferrocarrilero fue reprimido,
encarcelando a Demetrio Vallejo, y en 1962 cuando el líder campesino Rubén
Jaramillo fue asesinado.
Se sumaron
durante el mes de agosto las universidades de los estados, las normales, las
escuelas de agronomía, los tecnológicos, dando alcance nacional al movimiento.
En las
asambleas generales decidíamos, organizamos guardias en las escuelas y brigadas
informativas al pueblo. El movimiento creció durante todo ese mes.
El 13 de
agosto organizamos una manifestación que fue del Casco de Santo Tomás al
Zócalo. Gran combatividad en esta manifestación. Por primera vez el Zócalo dejó de ser exclusivo para actos del poder.
Las
brigadas estudiantiles recorríamos los barrios, las zonas fabriles, los mercados, las plazas
públicas, realizábamos mítines relámpago en la calle. Hicimos nuestra la ciudad.
Revertimos así la campaña de linchamiento mediático desatada por el gobierno.
El pueblo simpatizó con el movimiento. En particular los campus del IPN estaban
en zonas populares, proletarias. Zacatenco cerca de Ticomán, Cuautepec, La
Presa, la Industrial Vallejo, la Villa. El Casco de Santo Tomás junto a
Tlatilco, la estación de trenes de Pantaco, la Refinería de Azcapotzalco, Santa Julia, Santa María la
Rivera. En Tlatelolco estaban la Vocacional 7 y la Prevocacional 4, rodeadas de
barrios populares: Peralvillo, San Simón Tolnáhuac, La Guerrero, Tepito,
Nonoalco, en medio de la Unidad Habitacional Tlatelolco, donde los vecinos se
solidarizaron con el movimiento. En esos barrios vivían muchos estudiantes de
esas escuelas, incluso eran parte de las pandillas barriales, por lo que en los
momentos difíciles, cuando se dieron los enfrentamientos con la policía,
participaron en las batallas campales, pues teníamos un enemigo común que nos
reprimía. El odio a la policía en los barrios era enorme pues continuamente
arrestaban y extorsionaban a los muchachos por jugar en la calle.
Este fue uno de los factores que le dieron el carácter popular al
movimiento. La gente de los barrios no sólo se solidarizaba asistiendo a las
manifestaciones, sino que combatía hombro a hombro con los estudiantes contra
la policía en las barricadas, sobre todo en septiembre, cuando defendimos las
escuelas de Zacatenco, Tlatelolco, la Ciudadela y el Casco de Santo Tomás.
El 27 de
agosto fue la manifestación más grande. Fue del Museo de Antropología al
Zócalo. Al terminar se decidió que quedara una guardia para iniciar un plantón
que permanecería exigiendo el diálogo público con el gobierno. Pero esa noche,
el ejército y todos los cuerpos policíacos desalojaron violentamente el Zócalo.
Al siguiente
día el gobierno montó una farsa de “desagravio”
por la bandera de huelga que se izó y por la supuesta “profanación” de la catedral, pues un grupo de estudiantes había
subido a echar las campanas a vuelo. Esto fue posible porque los propios
encargados de la catedral dieron permiso, pero el gobierno lo manejó como “profanación de la Catedral” para poner en contra del
movimiento al pueblo católico. Y de agravio a la bandera nacional, porque se había amarrado una bandera rojinegra en el astabandera del Zócalo.
No le
funcionó la farsa al gobierno, el mitin de “desagravio”
se le salió del control y se convirtió en una protesta. Entonces el
gobierno se fue contra los empleados que había obligado a asistir.
En los días
previos y posteriores al informe presidencial bandas paramilitares atacaron las
guardias de diferentes escuelas disparando ráfagas de metralla, persiguiendo,
arrestando, golpeando y asesinando o desapareciendo a muchos activistas.
Con todo en
contra, ante una escalada represiva, el movimiento volvió a dar muestras de
firmeza, combatividad y voluntad de seguir la lucha el 13 de septiembre con la
manifestación silenciosa, que recorrió el Paseo de la Reforma desde el Museo de
Antropología hasta el Zócalo, en total silenciaste la cerrazón gubernamental.
A medio mes
de que comenzaran los juegos olímpicos, al gobierno le urgía acabar el
movimiento. El 18 de septiembre el ejército tomó Ciudad Universitaria. Su
intención era capturar al pleno del CNH. No lo logró, pero sí hubo centenares
de detenidos. No hubo resistencia.
Era obvio
que seguía el IPN. En las asambleas generales acordamos resistir. No
entregaríamos pacíficamente nuestras escuelas. Resistimos armados de dignidad, ingenio y apoyo popular.
El 20 de
septiembre cercaron Zacatenco. La batalla se dio en la calle, con el apoyo de
los vecinos y de las pandillas de los barrios. No lograron tomarlo.
El 21 de
septiembre la batalla se dio en Tlatelolco. Atacaron la Vocacional 7. Los
vecinos se sumaron al combate, desde los edificios lanzaban botellas, macetas,
zapatos viejos y agua hirviendo a los granaderos, reforzando la resistencia
estudiantil que desde las azoteas de los edificios se parapetaron para repeler
la agresión policíaca con bombas molotov y piedras. Hasta los niños se sumaron
a la resistencia con sus rifles de municiones, resorteras y canicas. Tampoco
lograron su objetivo los granaderos. Ya de noche intervino el ejército pero ordenaron el repliegue cuando un oficial militar, vecino de la misma unidad,
disparó contra granaderos que maltrataron a su familia.
El 23 de
septiembre, desde el mediodía el ataque de la policía montada y los granaderos
fue en el Casco de Santo Tomás. Desde las calles aledañas se les repelió a
punta de bombas molotov y piedras. Aquí se utilizaron cohetones lanzados desde
tubos de PVC. Se derramó aceite quemado en las calles, cuando pasaban los
camiones de granaderos se les lanzaban bombas molotov levantando grandes
llamaradas por el aceite derramado. En los talleres se afilaron electrodos de
soldadura utilizados como saetas lanzadas por ballestas hechizas con solera,
ángulo soldados y un tramo de cable de acero tensado. La batalla duró hasta el
anochecer, cuando intervino el ejército. Solo así pudieron tomar el Casco de
Santo Tomás. La última escuela que tomó por asalto el ejército fue Ciencias Biológicas, el mismo lugar que albergó al internado hasta el 23 de septiembre de 1956, cuando el ejército lo clausuró y mantuvo la ocupación militar durante 2 años.
Con las
escuelas tomadas por el ejército, muchas brigadas tuvieron que migrar a los
barrios. Semiclandestinamente continuaron la actividad de difusión, volanteo,
pintas, pegas, boteo, pues la ciudad estaba patrullada por el ejército, bajo un estado de sitio no declarado.
El CNH
insistía en la necesidad de que ya se iniciara el diálogo. Desde el gobierno se
empleaba el doble discurso: mientras aseguraba estar en la mejor disposición a
dialogar, mantenía ocupadas las escuelas, patrullaba la ciudad y se había
desatado una cacería de brigadistas. Cualquiera que fuera estudiante o lo
pareciera era asesinado en plena calle si se sospechaba que realizaba alguna
actividad del movimiento. el 27 de septiembre se realizó un mitin en Tlatelolco: decenas de miles de estudiantes resistiendo y con muestras claras de solidaridad obrera y popular: continentes de ferrocarrileros, de petroleros, del pueblo de Topilejo, vecinos de los barrios...
El 2 de
octubre, por la mañana, una comisión del CNH se reunió con representantes del
gobierno. “Las puertas del diálogo están
abiertas”, declaró a la prensa el secretario de gobernación.
Pero todos
sabemos qué fue lo que ocurrió esa tarde en la Plaza de las Tres Culturas de
Tlatelolco. Las puertas que se abrieron fueron las del infierno: una brutal
masacre, sólo comparable en nuestra historia a las masacres perpetradas por la
dictadura porfirista contra las huelgas de Cananea y Río Blanco. Centenares de
asesinados, no sólo estudiantes, también hombres, mujeres y niños del pueblo.
El grupo paramilitar “Batallón Olimpia” apostó francotiradores desde los edificios circundantes a la plaza, estos abrieron fuego indiscriminado cuando a las señales de luces de bengala el ejército irrumpió desde Relaciones Exteriores, Manuel González y San Juan de Letrán (hoy Eje Central), generalizando una intensa balacera contra todo lo que se moviera. Desde las 6:15 de la tarde hasta las 11 de la noche se escucharon los estruendos de las balas asesinas.
El grupo paramilitar “Batallón Olimpia” apostó francotiradores desde los edificios circundantes a la plaza, estos abrieron fuego indiscriminado cuando a las señales de luces de bengala el ejército irrumpió desde Relaciones Exteriores, Manuel González y San Juan de Letrán (hoy Eje Central), generalizando una intensa balacera contra todo lo que se moviera. Desde las 6:15 de la tarde hasta las 11 de la noche se escucharon los estruendos de las balas asesinas.
Hasta aquí,
para muchos, según la versión oficial, llegó el movimiento.
Además de los
centenares de muertos, desaparecidos y encarcelados (entre ellos buena parte
del CNH), se desató la persecución y lo que quedó del CNH tuvo que andar a
salto de mata. Hubo “fuego amigo”:
Marcelino Perelló se prestó a hacer declaraciones tratando de exculpar al
ejército: “llegó disparando salvas”.
Ayax Segura y Sócrates Campos Lemus declararon que funcionario resentidos
financiaban el movimiento y que el CNH había preparado “columnas de seguridad” para abrir fuego contra al ejército. Que esto fue bajo tortura o que de por sí eran agentes del gobierno infiltrados en
el propio CNH, se dijo.
Lo cierto
es que con buena parte del CNH en la cárcel, al Partido Comunista Mexicano
(PCM) ya no le costó mucho trabajo controlar al CNH y desde ahí desataron una campaña para convencer de que lo prudente era el “repliegue táctico”. Esa campaña ya la habían iniciado desde
septiembre, cuando elector de la UNAM pedía levantar la huelga. Ahora le agregaban que
había la amenaza del gobierno de que si no se levantaba la huelga, la UNAM y el
IPN serían clausurados.
Llamaron a
una “tregua olímpica”, es decir,
suspender toda actividad del movimiento durante la realización de los juegos
olímpicos. Según esto para demostrar que en ningún momento nuestra intención
era boicotearlos, como se nos acusó desde el inicio del movimiento. También se
nos había acusado de que el movimiento era parte de una “conjura del comunismo internacional”, que recibíamos apoyo financiero y armas de las embajadas de la Unión
Soviética, Cuba y otros países socialistas. También se dijo que todo era
por la pugna del poder entre distintos
grupos políticos ante la sucesión presidencial, que Carlos A. Madrazo y otros políticos resentidos financiaban el
movimiento. Incluso de que había un complot
de la CIA para que le fuera retirada la sede de los XIX Juegos Olímpicos a
México.
Por
supuesto todo esto era falso. Lo verdadero fue que la masacre nos mostró que en
México estaban cerradas las vías civiles y pacíficas de lucha.
Con todo en
contra, con patrullajes policíaco-militares en las calles se hacía casi imposible realizar el
brigadeo, sorteando una febril cacería de activistas, con el CNH controlado por un
grupo claudicante dispuesto a vender el movimiento, los estudiantes del IPN
logramos sostener la huelga hasta diciembre. La mayoría en la UNAM aceptaron
levantar la huelga el 4 de diciembre, fecha en que disolvió el CNH. En el IPN
la levantamos parcialmente el 18 de diciembre, en algunos casos hasta enero de
1969.
Lo que
aprendimos en el curso de este movimiento es que no habría libertades
democráticas ni respeto a la constitución, ni diálogo con el gobierno. Que este
es guardián de los intereses de la burguesía. Que nada cambiaría en nuestro
país sino a través de una revolución.
En el
Politécnico, mayoritariamente de origen proletario, esta idea prendió, germinó.
Forjados en el combate callejero contra los cuerpos policíacos, una parte de
quienes participamos en el movimiento decidió alzarse. Ya proliferaban grupos
guerrilleros en el país. Desde años antes en Guerrero estaban levantados en armas Genaro Vázquez y
Lucio Cabañas en la sierra. En 1965 se había levantado el Grupo Popular Guerrillero, en Chihuahua, encabezado por Arturo
Gámiz, asesinado en el intento de tomar el cuartel militar de ciudad Madera. Pero la
masacre del 2 de octubre convenció a muchos más de la necesidad de una
revolución armada.
Con muchos
activistas del IPN se nutrieron algunos grupos guerrilleros: el Comando Armado
Lacandones, el Movimiento de Acción Revolucionara-23 de Septiembre y otros, que
después dieron origen a la Liga Comunista 23 de Septiembre.
Otra oleada
de activistas politécnicos, convencidos también de una revolución armada,
decidieron dejar en sus escuelas cuadros que continuaran la lucha estudiantil
para integrarse a las luchas populares (campesinas, obreras, urbanas), pensando
que una revolución no puede ser obra de un puñado de valientes sino de todo el
pueblo consciente y organizado. Un camino más largo y difícil, pero que se tradujo en los
siguientes años en la proliferación de huelgas y tomas de tierras que dieron
lugar a un fenómeno conocido como Insurgencia Obrera, Campesina y Popular.
No, para
nosotros el 68 no terminó el 2 de octubre, más bien fue el comienzo de la
afirmación de un compromiso de lucha que permanece vigente en buena pare de esa
generación formada en el combate contra quienes nos explotan, nos reprimen, nos
despojan, nos desprecian.
¿Que hubo “lideres” que se vendieron, que
traicionaron, que se rindieron, que claudicaron o cayeron en la desesperanza?,
seguramente.
Pero
también es cierto que, sobre todo, en los de abajo, en los que no fueron “líderes”, en los que aprendimos a
luchar luchando, en los que nunca obedecimos las consignas de ningún partido
político, la formación política que nos dio el movimiento fue, es y seguirá
siendo la de luchar contra el sistema capitalista junto con el pueblo, del que
formamos parte.
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