Cuando la izquierda es el problema
Raúl
Zibechi
Revista
Brecha, Uruguay
Desinformémonos
15
abril, 2017
Lo que está sucediendo en Venezuela no tiene la menor
relación con una “revolución” o con
el “socialismo”, ni con la “defensa de la democracia”, ni siquiera
con la manida “reducción de la pobreza”,
por desgranar los argumentos que se manejan a diestra y siniestra. Podría
mentarse “petróleo”, y estaríamos más
cerca.
Pero los hechos indican
otras inflexiones.
Estamos ante una lucha sin
cuartel entre una burguesía conservadora que fue apartada del control del
aparato estatal, aunque mantiene lazos con el Estado actual, y una burguesía
emergente que utiliza el Estado como palanca de “acumulación originaria”.
No es la primera vez que
esto sucede en nuestras breves historias. Las guerras de independencia fueron
eso: la lucha entre los decadentes “godos”
(peninsulares monárquicos) y la emergente oligarquía “criolla” que utilizó el control del aparato estatal para legalizar
la usurpación de tierras de los pueblos originarios. Los segundos se apoyaban
en las potencias coloniales británica y francesa que competían con la decadente
España por el control de las colonias independizadas, con la misma lógica de
los progresismos que se apoyan en China, incluyendo conservadores como Macri,
frente a la imparable decadencia estadounidense.
La débil burguesía criolla
se montó en la movilización de los pueblos (indios, negros y sectores
populares) para derrotar a los poderosos peninsulares. Concedió la emancipación
de los esclavos con los mismos objetivos que hoy la nueva burguesía aplica
políticas sociales que reducen la pobreza: en ambos casos los de abajo siguen
estando en el sótano como mano de obra barata, sin haberse movido un ápice del
lugar estructural que ocupan.
Las nuevas elites
venezolanas, lo que popularmente se denomina “boliburguesía”, son una mixtura de altos funcionarios de empresas
públicas y del aparato estatal, militares de alta graduación y algunos
empresarios enriquecidos a la sombra de las instituciones. Gestores incrustados
en el aparato estatal. Por eso se resisten a perder poder, ya que todo el
entramado se les vendría abajo.
Algunos ya consiguieron
transformar la renta apropiada en propiedad privada. Pero una buena parte está
aun en ese proceso. Por eso el sociólogo brasileño Ruy Braga denomina a los
gestores sindicales de los fondos de pensiones de su país, la nueva clase
emergente, como parte de una “hegemonía
frágil”.
Roland Denis sostiene que en
su país gobiernan las mafias: “Maduro podrá tener la mejor voluntad
pero se ha impuesto un lobby muy fuerte de mafias internas del gobierno” (La
Razón, 27 de diciembre de 2017). El filósofo y exviceministro de
Planificación y Desarrollo (2002-2003), asegura que varias de estas mafias son
banqueras y otras vienen de viejos grupos de “chupa-renta petrolera” instalados
desde hace muchos años.
Le pega duro a los “intelectuales” que encubren las
matufias del poder. “Con un lenguaje de izquierda justifican una
política que solo ha favorecido a banqueros, grandes importadores, cadenas
monopólicas y transnacionales. A su vez, es una política que mediante la
imposición de precios y corporaciones ha destruido al pequeño productor de
azúcar y café para beneficiar a los importadores. Mientras tanto, los paquetes
de Café Venezuela que vienen en las bolsas de los Comité Locales de
Abastecimiento y Producción (CLAP) solo sirven para confundir a incautos”.
La otra mirada, la
chavista-madurista que culpa de todo a otros, es la que esboza Marta
Harnecker: “El tiempo histórico está a nuestro favor. Lo que nos ayuda
en esta lucha contra las fuerzas conservadoras es que el tipo de sociedad que
proponemos, y que estamos empezando a construir responde objetivamente al interés
de la inmensa mayoría de la población, en contraste con las fuerzas
conservadoras que solo benefician a las élites” (Rebelion, 4 de
abril de 2017).
La izquierda.
A la luz de lo sucedido en la región en las dos
últimas décadas, podemos arribar a una redefinición del concepto de izquierda:
es la fuerza política que lucha por el poder, apoyándose en los sectores
populares, para incrustar sus cuadros en las instituciones que, con los años y
el control de los mecanismos de decisión, se convierten en una nueva elite que
puede desplazar a las anteriores, negociar con ellas o fusionarse. O
combinaciones de las tres.
La izquierda es parte del
problema, ya no la solución. Porque, en rigor, aunque ahora empiecen los
deslindes, los progresismos son hechuras de la misma urdimbre. Miremos al PT de
Lula. Niegan la corrupción que es evidente desde hace una década, cuando Frei
Betto escribió La Mosca Azul luego de renunciar a su cargo en
el primer gobierno Lula, cuando se destapó el escándalo del mensalao.
“La picada de la mosca azul
inocula en las personas dosis concentradas de ambición por el poder. Las
personas, entonces, son más receptoras al veneno de la mosca cuando viven
situaciones en las cuales disponen, de hecho, de posibilidades más concretas de
ejercer un poder mayor. Esto es, cuando als condiciones objetivas son
favorables a los impulsos que están siendo estimulados en el plano subjetivo”.
¿Qué tipo de personas
(militantes, activistas, dirigentes) surgirían en un proyecto político que no
se proponga tomar el poder? Esta pregunta se la formularon, palabras más o
menos, los zapatistas hace ya cierto tiempo. ¿Cómo le llamaríamos a una fuerza
que se proponga, “apenas”,
transformar la sociedad desde la vida cotidiana?
No lo sabemos porque el
imaginario construido durante dos siglos apunta en dirección al poder estatal.
Como si lo que hubiera que transformar fuera algo externo y no pasara, en
primerísimo lugar, por las mismas personas que se dicen militantes. Lo que sí sabemos es que la izquierda realmente
existente se ha convertido en un obstáculo para que las mayorías se hagan cargo
de sus vidas. La polarización derecha-izquierda es falsa, no explica casi nada
de lo que viene sucediendo en el mundo. Pero lo peor es que la izquierda se ha
vuelto simétrica de la derecha en un punto clave: la obsesión por el poder.
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